sábado, 4 de febrero de 2012

Grecia II

Una griega penetra en mi vestido.

-El autocar prosigue su trayecto-.

Una griega moderna, una apestada
por el embudo que fela nuestro guía.
Otra cosa sería
una mujer de mármol.

Yo me excuso
por la educación sentimental de los turistas.
Deberíamos hacer una parada; no es algo habitual
que una griega te explore.

El cicerone ordena:
Busquemos el destino en el folleto.
La griega se retuerce.
En serio, deberíamos parar.
Se quejan -repostamos-
de la alzada en el precio del petróleo.
Aspiro con fruición
la gasolina
-manifiesto de gases ondulados-
para que puedan llegarle hasta las bragas.

Dicen: - Allí se ve el Acrópolis.
(Vamos a quemar Grecia)
Dicen: - Seguiremos de noche aquella luz que guía a un restaurante.
(Calcinemos las maletas y los cuerpos,
machaquemos hasta el polvo cada diente, ni una madre
tendrá siquiera un hueso que enterrar).

Solo la griega y yo.

Y audaces, parcas
ruinas.

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