domingo, 28 de octubre de 2012

Pulgarcito

 
 
Fotografía de Alfonso Brezmes
 


Padre,
incapaz
de saciar a sus hijos,
no suplique
cuanto llegue la hora.
¿Dónde ha quedado el preciosismo?
Volvamos a los cuentos infantiles,
lo cruel y su verdad.
 
Los niños se abandonan en el bosque
vaciado
de piedras.
Por la noche,
en la parte interior de la chaqueta,
el bolsillo superior del pijama,
y, si lo tiene,
debajo del sombrero,
cada piedra,
por si su piel más suave, el hijo diminuto
puede
reconocerle y señalar
la vuelta a casa (algún regreso).

La idea también fue de la madre
-en el origen siempre fue la madre-
pero ella puede quedar llorando en casa, lamentar
el abandono cíclico,
necesario,
justo,
pretender la salvación
otorgando a sus hijos un pedazo de pan.
Todo será alimento de los pájaros.

El ave más pequeña,
el ave silenciosa.

El pasto del lirio de los valles.

(Si la figura resulta despiadada,
fallece el narrador
y se disminuye el sustantivo:
que sea una madrastra,
le inventarán refranes populares.
Lo que no deseamos
es una categoría inaceptable
de maldad). 

El bosque
- dijeron cuando el niño perdido fue encontrado-
siempre tiene razón.
No existen los culpables en la madre
Naturaleza.
Y si los niños viven
será debido a su sabiduría.
Y si los niños mueren
será debido a su sabiduría.
  
Padre, no nos deje la tierra en nuestra almohada.
La grava sirve
para construir un jardín seco y oriental
de olas pétreas,
a rastrillo,
como en la casa de la fotografía.

Padre, no tenga miedo.
Mate, por nosotros, al último gigante.

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