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sábado, 1 de septiembre de 2012

Níspolas y serbas (Traición de un poema de D. H. Lawrence)






Te amo, podrida,
deliciosa podredumbre.

Amo succionarte de tus pieles
tan tostada y suave y untuosa
tan mórbida, como suelen decir los italianos.

Qué extraño, poderoso, nostálgico sabor
desprende tu caída en las etapas de la putrefacción:
una corriente dentro de una corriente.

Algo con gusto a moscatel de Siracusa
o un vulgar Marsala.

Aunque, pronto, incluso la palabra Marsala sonará preciosista
en el receloso Occidente.

¿Qué es?
¿Qué es, en la uva que se transforma en pasa,
en la níspola, en la serba,
pellejos de morbidez tostada,
excrementos de otoño;
qué es lo que recuerda a dioses blancos?

Dioses desnudos como pulpas de nuez emblanquecidas,
con la fragancia -extraña, medio siniestramente- de la carne,
como si poseyeran el sudor,
y empapadas de misterio.

Serbas, níspolas y coronas muertas.

Yo digo, gloriosas son las experiencias infernales,
órfico, delicado
Dioniso del Inframundo.

Un beso, y un espasmo de adiós, el orgasmo de ruptura de un momento,
y después el húmedo camino a solas, hasta la próxima curva.
Y ahí, un nuevo compañero, una nueva despedida, una nueva escisión,
un nuevo estertor de mayor aislamiento,
una nueva intoxicación de soledad, entre hojas secas, escarchadas.

Bajar los extraños caminos del infierno, cada vez más intensamente solo,
las fibras del corazón separándose una tras otra,
y, sin embargo, el alma que continúa, descalza, en su encarnación más real.

Como una llama cuyo soplo palidece
en una oscuridad cada vez más profunda,
nunca tan exquisita, destilada por la separación.

La esencia destilada del infierno
en los extraordinarios alambiques de níspolas y serbas.
El aroma exquisito de la despedida.
                              Jamque vale!
Orfeo, y los caminos del infierno, sinuosos, cubiertos de hojas, mudos.

Cada alma marchándose con su propio aislamiento,
la más extraña de todas las compañías extrañas,
y la mejor.

Níspolas, serbas
algo más que dulzura
flujos de otoño
succionados de vuestras vesículas vacías
y sorbidos, quizás, con un sorbo de Marsala
así la uva trepadora, caída del cielo, os añade su música,
órfico adiós, y adiós, y adiós
y el ego sum de Dioniso
el sono io de la embriaguez perfecta
intoxicación de soledad final.


 D. H. Lawrence (Medlars and Sorb-Apples, de Birds, Beasts and Flowers!)