viernes, 14 de junio de 2013

"Último Ahora" con diablos y de malanoche

Volvemos a presentar la antología "Último Ahora", esta vez circundados -que no circuncidados, aunque cualquier cosa puede ocurrir- por Diablos Azules. Será este sábado día 15, a las nueve de la noche (aviso tarde, lo sé, pero estos meses he estado saltando tanto de recital en recital -cual rana u oca- que juzgué pertinente frenar un poco el acoso):




Para incitaros, pues mi intención no es otra, os dejo aquí el enlace al programa de radio "Malanoche", dedicado por Toño Jerez a la antología. No hay largas entrevistas, análisis profundos, ni nada parecido: simplemente, un poema de cada uno, con la esperanza de que comencéis a salivar.

http://malanocheblog.blogspot.com.es/2013/06/ultimo-programa-emitido-070613.HTML

lunes, 3 de junio de 2013

El poeta crea el mundo. (Algunas notas sobre la lectura de “Mortífero, Ingenuo y Transparente”, poemario inédito de María Solís Munuera). Por Juan Hospital.

El viernes 31 tuve el privilegio de ser presentada por el poeta Juan Hospital en el recital del Espacio Reina 37. Os dejo aquí el maravilloso texto que me dedicó. Juan, no me cansaré de darte las gracias ni de leer estas palabras. Los que te escuchamos estamos deseando oírte recitar el mes próximo.


"Alguien dijo que acercarse a la poesía es como enfrentarse a una lengua extranjera. En un primer momento, puede suceder que nos asalte la necesidad de traducir a un término preciso y racional, lo que supuestamente el texto comunica. Si se logra superar esta primera inseguridad, esta inicial necesidad de certidumbre, entonces es posible la vía de la comprensión, el camino que puede conducirnos a un diálogo abierto con la gran razón del cuerpo, ese lugar donde todo acontece, donde nada es fijo y sólo hay devenir.

Es posible entonces observar cómo María muda de piel y la abandona, y ahí queda, al alcance de otros, al alcance de quien quiera hacer uso de ella; o cómo, con la honestidad del científico absorto ante un descubrimiento relevante, nos muestra su sangre, y en una especie de ritual inocente y fascinado juega con ella, la mezcla con el barro y la comparte.

María es entonces la piel que crece, se desprende, y deja de ser suya; es la piel que hierve de urticaria bajo el agua plagada de medusas; es la piel bajo el vestido donde el mundo  ignora que ha penetrado una griega,  y sigue anoréxico su curso entre las ruinas.

Es el lenguaje del cuerpo el que habita los poemas. Un lenguaje que en los versos de María, parece limitarse a veces al enunciado de los hechos, a la aparentemente aséptica descripción. Por momentos pudiera parecer que estemos asistiendo a una ficción, que ante nosotros discurra la secuencia de una escena cinematográfica. Pero nada más lejos de la realidad. Es el poeta quién coloca la cámara, capta el mundo y nos lo muestra. No hay lamentación, súplica o desafío de un yo lírico afectado, es cierto, y tampoco hay necesidad de ello. Pero es un poeta, no hay duda, quién formaliza con precisa contención emocional el mundo. Un mundo que lejos de serle ajeno, más bien le pertenece. Y es precisamente esa mezcla de íntima vivencia y aparente asepsia del lenguaje, lo que a mi entender dota de una grandísima fuerza expresiva a los poemas de María.

No es, y sí es, la realidad la que aparece en el poema. No hay reflejos. La vida se detiene en la memoria del poeta y entonces es presente. Es como diría Nietzsche experiencia dionisíaca del mundo, afirmación de la vida, pura creación, eterno retorno que deja de pensar el pasado como fatalidad o el futuro como meta. Es la inocencia, por ejemplo, de Santa Úrsula soñando eternamente que en el supermercado venden niñas, inocentes niñas en el estante, o bajo la falda de quien corre eternamente a comprarlas.

No hay poesía masculina o femenina. No tendría sentido diferenciar la poesía en función del género al que pertenece el autor. El género no es más que una convención temporal, un rol culturalmente asignado. Y la evidente diferencia biológica entre el hombre y la mujer no justifica la arbitraria diferencia de géneros. Pero lo queramos o no el estereotipo del género que hemos asumido o contra el que nos revelamos nos conforma. Y María se revela. La voz que escucho en sus poemas es la voz de una mujer comprometida. Una mujer abanderada de sí misma y de las mujeres que la han precedido. No en vano inicia el poemario con las palabras de Rilke que transcribo: “madre mía querida: estate orgullosa: llevo la bandera, no tengas pena: llevo la bandera, quiéreme: llevo la bandera…” Y me aventuro a augurar que esa bandera ondeará muy alto, y lo digo apoyándome en la especial sensibilidad y valentía con la que María Solís expresa y nos regala sus vivencias.

El poema en María es la gran mamá nocturna o la mamá que mete espejos en el pavo, la mamá que mastica o la madre verdosa que prohíbe, la higiénica codicia de la madre o la mujer que escupe el barro, la giganta en la vitrina o la mujer asocial, la madre que ha  cambiado su leche por saliva y con limpieza genética da continuidad a la insoslayable tradición mamífera.

La poesía va más allá. No es política pero no puede dejar de serlo. La vida histórica y social distorsionada por el lenguaje poético queda en suspenso y es nombrada. Aparece con angustia, por ejemplo, en el ritmo firme y disciplinado de ese grupo de “hermosos” fascistas que recorren la Gran Vía, que están viniendo hoy, ahora, amenazantes, hacia nosotros.

El poeta no es un espíritu puro, ni un iluminado. Su lugar no está fuera del mundo. Es un rebelde. Un rebelde que se niega a ser domesticado. Y quizá no haya mayor rebeldía que cuestionar el lenguaje, el propio fundamento del ser humano, uno de los más poderosos instrumentos de coacción. Y en los poemas de María el lenguaje es cuestionado y recreado.

Una vez oí decir a Gamoneda que la primera palabra que el hombre pronunció necesariamente tuvo que ser una palabra poética. El lenguaje es metáfora aunque lo hayamos olvidado. Pero el poeta no olvida y lo recrea. Y María transgrede como todo buen poeta las convenciones del lenguaje, y habla por primera vez.

Es mi deseo que estas palabras, muchas de ellas suyas, sirvan para hacer extensivo el placer que he experimentado con la lectura de este poemario, que si no hay cambios llevará por título “Mortífero, ingenuo y transparente”, y que espero pueda ver pronto, para satisfacción de todos, la luz.

Me gustaría acabar con el primer verso del poema titulado “Desahucio (o piel)”, al que  ya he hecho referencia, y  que dice así: “con orgullo, afirmo que mi piel me pertenece”. Y me atrevería a decir estableciendo un paralelismo con ese primer verso que con enorme agradecimiento afirmo que tu piel, ahora, también me pertenece.


Muchas gracias María."



Juan Hospital


Madrid, Mayo de 2013

sábado, 18 de mayo de 2013

Reseña de "Último Ahora" en Ariadna-RC

 
 

 
 
Álvaro Muñoz Robledano reseña para Ariadna-RC la antología "Último Ahora", en la que participo junto a los siguientes poetas: Jesús Urceloy, Marisol Huertas, Déborah Antón, Antonio Rómar, Sebastián Fiorilli, Ana Isabel Trigo, Diana García Bujarrabal, Begoña Moreno-Luque, Iago Chouza, Paz Hernández Páramo, Nares Montero, María Eloy-García, José Antonio Rodríguez Alva (también antólogo) y Juan Carlos Mestre.
 
 
"María Solís (...) exprime la racionalidad de los contratos sociales, estéticos y sentimentales que nos rodean, pues es imposible que la primera del singular que utiliza no ataña a cualquiera que ronde por las calles. Sus poemas gritan el mercantilismo que impregna lo más íntimo de nuestra cultura, los sentimientos inmóviles a pesar de ellos mismos, como la morrena de un glaciar llamado economía."  
 
 
 

lunes, 22 de abril de 2013

XII El cero también es par

Foto y cartel de Rocío Álvarez Albizuri
 


Sí, otra vez, no os dejo descansar: este jueves 25 recito junto a Pepe Ramos, Iñaki Carrasco y Rocío Álvarez Albizuri en La funda.mental de Lavapiés (antes Cuchuffo).

Aquí os dejo poemas de mis compañeros:


Camarero, hay una emoción en mi sopa 

Preservativos.
Una nacionalidad.
El cinturón de seguridad.
Gafas de sol.
Un plan de jubilación.
Cremas de protección solar.
Zapatos.
Dos apellidos.
Un más allá.

Señores pasajeros:
hacen lo correcto
al recubrir sus corazones
con varias capas de barniz.
Hacen bien al vacunarse
contra lo imprevisto.
Nos asombra su cautela;
su perfecta estrategia
contra el resbalón.
Pero si miran por las ventanillas
aún podrán ver pasar la vida.

Pepe Ramos
 
 
 
Pequeños holocaustos sin importancia
 
Acaba de sonar en mi móvil una alarma que dice
hoy a las seis de la tarde comienza el deshielo de los polos
Una nota en el frigorífico recuerda que
el próximo jueves está previsto que se desate
la hambruna definitiva
Pienso en ello mientras reparo
en un post-it sobre el escritorio, al lado del  portátil
en el que advierte que será esta mañana, sobre las once
después de la hora del café
cuando cientos de funcionarios salgan a la calle
y entreguen a todos los extranjeros, sin distinción de raza
nacionalidad o color de piel
en un sobre verjurado con solapa autoadhesiva
conteniendo en papel timbrado de ciento diez gramos
la orden de extradición
Mi agenda de sobremesa semana vista apunta
que de aquí al martes
todas las especies en peligro de extinción
incluyendo el albatros Ámsterdam, el gorila de montaña y el Liquen de Felt boreal
habrán desaparecido
Y en mi cabeza algo dice
no pasa nada
pequeños holocaustos sin importancia

Iñaki Carrasco González
 
 
 
 
Animales miméticos
 
"En cada aposento
el mundo tiembla,
la vida engendra algo
que asciende hacia los techos"
Antonin Artaud
 
 
Yeso. Calcita. Fluorita. Cuarzo.
 
Llegó la hora de lanzar crisoles amarillos.
 
Píntame con diamantes indianos las manos
 
y salgamos a bailar.
 
Rocío Álvarez Albizuri

 


domingo, 14 de abril de 2013

LA VIDA COMO PASTRAFOLA o EL CONSUELO DE UN HOMBRE ES SU PANTUFLA

En su novela "El hijo de Gutemberg", Borja Delclaux se sirve de la historia de dos personajes en torno a unas pantuflas para indagar acerca de un posible sentido de la vida a través de la risa y el dolor. Dos conceptos no tan lejanos, como él escribió en su primer libro: " Todo aquel que ha sufrido una operación de estómago sabe lo que es decir: sólo duele cuando me río".

 

"Padre nuestro que estás en los cielos, ... quédate ahí". Así comienza la oración de Jacques Prévert que se reza en una de las reuniones Dadá de la novela y que bien podría haberse aplicado al conocer el fallecimiento de este prometedor autor en 2006, con tan solo cuarenta y ocho años y dos obras en el mercado. Este "Papaíto, déjanos en paz" -por expresarlo de un modo educado- marida perfectamente, en este literario caso, con el manido e hiperbólico "Siempre nos dejan los mejores". No es que uno desee que desaparezcan de este modo los menos talentosos, pero la calidad de la poca obra publicada -y filmada- de Borja Delclaux nos permitía jugar con inteligencia a los augures y esperanzarnos, en cuanto a la literatura española actual, respecto al desarrollo y buen trabajo de suertes sin trillar. No en vano fue el ganador del I Premio de Narrativa Lengua de Trapo -audaz y atinada editorial que no se arredra ante los riesgos de lo nuevo- con Picatostes y otros testos, obra de difícil si no imposible clasificación (mezcla de aforismos, máximas, recuerdos, reflexiones, etc.), que hizo que le emparentaran con una posmodernidad calibre Vila-Matas. En El hijo de Gutenberg, novela en toda regla, la originalidad no falta, sin embargo se amasa con otras artes distintas al amalgama de géneros.


 
"Nosotros nos quedaremos en la tierra, que es tan bonita", continúa la imprecación de Prévert. Puede pensarse que para aceptar esta parte de la blasfémica plegaria hace falta forzar las máquinas, meterle la quinta al mecanismo de negación, a la facultad de la ironía -o incluso del sarcasmo- o al grado de aceptación del mejor de los filósofos. O ser dadá, surrealista y/o estúpido. Quizás inteligente o quizás haya que cambiar el adjetivo "bonita" por uno no tan preciosista pero sí positivo o al menos esperanzador. O solo consolador. Estas posibilidades y otras, engañosas o aparentemente acertadas, por ese orden, se encuentran en la novela, donde no se busca tanto una imagen estética de la vida como cierto sentido. "ESCUCHO a alguien lamentarse de que la vida no tiene sentido, como si acabara de enterarse, como si fuese noticia" era uno de los picatostes del primer libro de Delclaux. Habrá, entonces, que construir ese sentido, o abandonar esa quimera y en vez de buscar un significado encontrar un valor -y afortunado sea el que lo haga-y perseguirlo por medio del sentido de las acciones, que se acercarán más a él nunca por medio de la mera razón sino mediante la intuición o el impulso, como en el caso de los protagonistas de la novela. Siempre de la mano de lo que la gran dama estadística calificaría como absurdo, y que en realidad puede resultar de lo más sensato.

 

Comulguemos o no con el espíritu de desenlace de la novela ante tal disyuntiva, lo que es seguro es que tanto en el desarrollo como en el fin queda un gran espacio abierto para la reflexión: ante unos únicamente en apariencia fáciles construcción y tratamiento, sin exhibiciones megalómanas de pretensiones de profundidad -lo que se agradece- se escarba en la llaga de palabras capitales: vida, muerte, consuelo, amor, amistad, arte, rebelión.

 

Para tan nobles fines Delclaux utiliza dos personajes lo más alejados posible de la épica: un administrador de fincas y un contable. Sería complicado encontrar dos profesiones  más retadoramente grises para construir una historia tan imaginativa como la que Delclaux, a partir de un material tan rutinario, consigue.

 

Estos personajes, que ya se conocen en el ámbito de sus trabajos oficiales, el de la seguridad y la cómoda modorra de las cifras que cuadran, se redescubren en un entorno insólito: una reunión Dadá que celebra la muerte del dadaísmo, la rebelión, el cuestionamiento de todo, incluso de Dadá. Y lo hacen a partir del momento en que ven al otro mirar algo que creían imposible que pudiera captar su atención: unas pantuflas. Estos seres con calcetines voluntariamente desparejados, con colores que ni siquiera combinan, se cruzan -pues Dadá es una vida sin paralelas-, y sin recurrir al ajado mito de las mitades que se buscan y al encontrarse se complementan, podría concluirse que dos enteros en latencia se reconocen, se contemplan como espejo o alter-ego -ocurre literalmente al principio de la narración- capaz de comprenderles y de suministrarles los elementos de los que carecen, o al menos ayudarles a encontrarlos, y gracias a ello pueden avanzar y encontrar un sentido - o un valor -al camino que cada había iniciado por su cuenta aunque sin saber por qué. "Cómo podríamos conocernos si no fuera por los otros", alguien, más o menos , dijo. Y uno de los personajes lo remarca: "Solo no entro, pero acompañado me crezco."

 

Para lograr sus fines Borja Delcraux se sirve magistralmente no sólo de sujetos sino de objetos en una sucesión de perfectos correlatos e incluso de intervenciones directas, como un hilarante pero significativo diálogo entre un par de pantuflas. Objetos, pues, con vida, en este Cascanueces para adultos con otras reminiscencias hoffmanianas ( un terrible hombre de arena en forma de linotipia) e incluso hebreas (un gólem nacido del metal) pero con visos de bondad o, al menos, con el cuestionamiento del teatro del absurdo, que trae a los monstruos a un nivel que no puede ser más real.

 

No cabe olvidar, por otro lado, el universo dadaísta que acontece explícita e implícitamente en la novela: ¿y qué es Dadá? Ni Tristan Tzara pudo -o quiso- definirlo, lo que la convierte, entre otras razones, en una buena imagen de la vida. Dadá no es nada. Dadá lo es todo. Dadá va contra todo, incluso contra Dadá. Es el replanteamiento continuo, lo mismo y su contrario. Es algo, desde luego, difícil de aprender y, lo que es muy relevante en esta novela: "la danza de los impotentes de la creación".

 

De este modo, con la seguridad de un ejecutor que necesita pocas balas, Borja Delclaux acierta con los recursos estrictamente necesarios, sin miras mayestáticas o efectistas, en esta novela prácticamente redonda, a la que se le puede reprochar muy poco: en los primeros diálogos entre los dos personajes protagonistas las intervenciones se confunden, la forma de expresarse no define los diferentes caracteres y, por otro lado, en la estructura en tres parte se asigna demasiada extensión a la segunda, correspondiente a la explicación de la vida de uno de los dos personajes, con lo que en conjunto parece que se le da más contundencia de la debida.

 

Al margen de esto, nos queda, en suma, una obra de alto nivel de un talento al que se le truncó la  posibilidad de alcanzar mayores cotas y que ya en su primer libro intuía dónde estaba: ""La vida es una pastrafola", leo en un grafitti del metro. No tengo ni idea de lo que significa, pero tengo la impresión de que por ahí van los tiros".