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sábado, 12 de enero de 2013

El afilador (cuento cruel)

 

I

 
Llega el afilador
de vuelta a la ciudad.
En bici se aproxima
la rueda musical.
¡El hombre del cuchillo,
de la flauta de Pan!
Una niña, en su casa,
se quiere despertar:
han entrado en su sueño
tijeras de podar.
Corcheas aún escucha
cuando su madre está
abriéndole los ojos
con gesto de Piedad.

Ya la visten de rojo
aunque al bosque no va
y su abuela se ha muerto
y ella tiene papá.
Brinca, baila, suplica
algo para afilar;
le conceden cuchillos
con la punta hacia atrás.
Las vecinas la espetan
sin ninguna maldad:
"¡Cuidado en la escalera!
¿Pincharte no querrás?"
La madre las escupe,
haciéndolas callar:
"Corre hasta que revientes.
Los tiempos andan mal".

El padre se lamenta
consolado en un pub:
"Amenaza en el monte
la biodiversidad".

 
II

 
Se atusa los cabellos
el fauno afilador,
apoyado en su roca,
cantándole al amor.
Tiene cejas de vino
y patas de cabrón.
De pronto ve una niña
detrás del paredón.
Se le acerca con mañas
que pretenden pudor.
Otro dedo muy tierno
le toca el pantalón:
"Me manda mi familia.
Ayúdeme, señor",
y le muestra el cuchillo
de cortar el jamón.
Cien niñas se aproximan
con todo su calor.
Cien rizos de María,
cien flores de Saló.
El venerabilísimo
anciano del Tarot
habla consigo mismo
con voces de tenor:
Hoy no llora ninguna,
se sabrán la lección:
jugamos con las reglas
que me dicta mi dios.
Pero han venido muchas,
¿con tantas podré yo?
Será mi día de suerte:
¡No soy un perdedor!,
cuando en la espina siente
-la dorsal- un punzón
y grita como haría
un castrato sin col.

 
III

 
Charcutero frustrado        
en una bacanal
se sueña el afilante
cuando empieza a notar
el filo de la cuerda,
la presión del metal.

En el centro preciso
de un gigantesco hangar
se despierta desnudo,
sobre una plancha está
atado como carne
a punto de guisar,
y en el cuello un aviso:
la hoja de un puñal.

Las niñas le circundan
dibujando un altar,
hay otras detrás de ellas,
cientos, millares, más
debajo de su espalda,
cerca del techo, allá
empujan barandillas
con ganas de saltar,
una sobre sus piernas
le roza lo inguinal
(es la de la guadaña):
ante tanta beldad
el anciano excitado
comienza a despuntar.
Y la pequeña muerte
de un movimiento:¡Zas!
el pingajo sangrante
al perro se lo da.
Ante tal podredumbre
grita con claridad:
"Otra vez jovencitos
tendremos que amputar
y guardar en un tarro
las pollas de verdad".

"¿Por qué?", chilla el gorrino
a medio desmembrar.
"Queremos las manzanas
sin el soso de Adán.
Deshacernos de Zeus,
de Osiris y Jehová",
gritan todas las furias
aplaudiendo a rabiar
y le meten mazorcas
en el ojo papal:
"Es porque te queremos,
no tienes que llorar".

Le roban herramientas
y la piedra molar:
con ella su piel lijan,
le extirpan lo demás
y le cortan las venas
en longitudinal.
Juntan este botín
y los que no serán
de los afiladores
a medio desangrar:
(cuchillos que deshuesan,
que pelan, de trinchar,
que filetean, tijeras,
paneros, de forjar,
santokus, alabardas
y el hacha de mamá)
al bosque pueden ir:
armadas están ya
(y a la jungla, la guerra
y a un rito cultural).

Allí viven ahora
con bicis de afilar
pero no recolectan:
les fascina cazar
y a la presa le dejan
ventaja de animal
después de desvestirla
y a los perros soltar.
Los pueblerinos macho
asustados están:
el lobo yace muerto,
el centauro lo hará
y entre los altos árboles
en la noche lunar
si uno de ellos, ardiente,
se ha atrevido a pasar,
se oyen sus alaridos,
la rueda musical,
y resuena la flauta
de la felicidad.


Imagen: Museo Argentino del Juguete
 

domingo, 28 de octubre de 2012

Pulgarcito

 
 
Fotografía de Alfonso Brezmes
 


Padre,
incapaz
de saciar a sus hijos,
no suplique
cuanto llegue la hora.
¿Dónde ha quedado el preciosismo?
Volvamos a los cuentos infantiles,
lo cruel y su verdad.
 
Los niños se abandonan en el bosque
vaciado
de piedras.
Por la noche,
en la parte interior de la chaqueta,
el bolsillo superior del pijama,
y, si lo tiene,
debajo del sombrero,
cada piedra,
por si su piel más suave, el hijo diminuto
puede
reconocerle y señalar
la vuelta a casa (algún regreso).

La idea también fue de la madre
-en el origen siempre fue la madre-
pero ella puede quedar llorando en casa, lamentar
el abandono cíclico,
necesario,
justo,
pretender la salvación
otorgando a sus hijos un pedazo de pan.
Todo será alimento de los pájaros.

El ave más pequeña,
el ave silenciosa.

El pasto del lirio de los valles.

(Si la figura resulta despiadada,
fallece el narrador
y se disminuye el sustantivo:
que sea una madrastra,
le inventarán refranes populares.
Lo que no deseamos
es una categoría inaceptable
de maldad). 

El bosque
- dijeron cuando el niño perdido fue encontrado-
siempre tiene razón.
No existen los culpables en la madre
Naturaleza.
Y si los niños viven
será debido a su sabiduría.
Y si los niños mueren
será debido a su sabiduría.
  
Padre, no nos deje la tierra en nuestra almohada.
La grava sirve
para construir un jardín seco y oriental
de olas pétreas,
a rastrillo,
como en la casa de la fotografía.

Padre, no tenga miedo.
Mate, por nosotros, al último gigante.