Sigo traicionando. Debajo de los intentos de traducción podéis leer los poemas en inglés.
Una postal de Cristo llevando la cruz,
círculo de Giovanni Bellini circa 1505 óleo sobre madera, es lo que
él incrusta entre el tercer y el cuarto cajetín semanal de píldoras,
para acordarse de la reposición. Su rutina con los anti-
virales es de mayor magnitud, quizá, que la de
la señora Gardner al colocar un jarrón de violetas en frente
de la pintura, cuando le pertenecía. Esta postal es sólo
una reproducción de la Pasión, no la original. Pero hemos visto
cómo la imitación y el uso diario pueden hacer de la piedad y el miedo
un utensilio casi confortable. El torso del Salvador señala
la soberana ascensión, pero su ojo ilegible se gira hacia fuera,
soltando en ti, transeúnte, una lágrima de sangre y leche.
Jonathan
Estamos bajo el agua frente a la costa de Belize.
El agua irradia luz, aunque está oscuro,
como si hubiera caracolas luminosas
esparcidas en el fondo del océano.
No llevamos tanques de oxígeno,
pero permanecemos bajo el agua durante largos intervalos.
Buscamos el cuerpo del niño
que perdimos. Cada año crece un poco más.
El pasado diciembre abriste su mochila
y te quedaste absorta ante una caja de plástico con zanahorias.
Aunque estamos bajo el agua, oímos
una canción sintonizada en la radio de un policía.
Viene a la costa para aparcar
y comer medias noches, sus faros
se abren en abanico sobre el puerto.
Y te sostengo encerrada en mis brazos, niña de mis ojos cerrados,
danza roja de mi puño abierto.
A Postcard of Christ Carrying the Cross,
él incrusta entre el tercer y el cuarto cajetín semanal de píldoras,
para acordarse de la reposición. Su rutina con los anti-
virales es de mayor magnitud, quizá, que la de
la señora Gardner al colocar un jarrón de violetas en frente
de la pintura, cuando le pertenecía. Esta postal es sólo
una reproducción de la Pasión, no la original. Pero hemos visto
cómo la imitación y el uso diario pueden hacer de la piedad y el miedo
un utensilio casi confortable. El torso del Salvador señala
la soberana ascensión, pero su ojo ilegible se gira hacia fuera,
soltando en ti, transeúnte, una lágrima de sangre y leche.
Patrick Donelly
Jonathan
Estamos bajo el agua frente a la costa de Belize.
El agua irradia luz, aunque está oscuro,
como si hubiera caracolas luminosas
esparcidas en el fondo del océano.
No llevamos tanques de oxígeno,
pero permanecemos bajo el agua durante largos intervalos.
Buscamos el cuerpo del niño
que perdimos. Cada año crece un poco más.
El pasado diciembre abriste su mochila
y te quedaste absorta ante una caja de plástico con zanahorias.
Aunque estamos bajo el agua, oímos
una canción sintonizada en la radio de un policía.
Viene a la costa para aparcar
y comer medias noches, sus faros
se abren en abanico sobre el puerto.
Y te sostengo encerrada en mis brazos, niña de mis ojos cerrados,
danza roja de mi puño abierto.
Jeffrey McDaniel (“Chapel of Inadvertente Joy”, University of Pittsburgh Press, 2013)
A Postcard of Christ Carrying the Cross,
circle of Giovanni Bellini circa 1505 oil on wood, is what
he fits between his third and fourth weekly pill boxes,
to remind himself to reorder. His routine about the anti-
virals is of greater magnitude, maybe, than the one in which
Mrs. Gardner used to place a vase of violets in front
of the painting, when she owned it. This card’s only
a reproduction of the Passion, not the original. But we’ve seen
how imitation and daily use can make of pity and fear
an almost cozy utensil. The Savior’s torso is pointed
toward the royal climb, but his unreadable eye turns out,
loosing on you, passerby, a tear of blood and milk.
Patrick Donelly
Jonathan
We are underwater off the coast of Belize.
The water is lit up even though it’s dark
as if there are illuminated seashells
scattered on the ocean floor.
We’re not wearing oxygen tanks,
yet staying underwater for long stretches.
We are looking for the body of the boy
we lost. Each year he grows a little older.
Last December you opened his knapsack
and stuck in a plastic box of carrots.
Even though we’re underwater, we hear
a song playing over a policeman’s radio.
He comes to the shoreline to park
and eat midnight sandwiches, his headlights
fanning out across the harbor.
And I hold you close, apple of my closed eye,
red dance of my opened fist.
The water is lit up even though it’s dark
as if there are illuminated seashells
scattered on the ocean floor.
We’re not wearing oxygen tanks,
yet staying underwater for long stretches.
We are looking for the body of the boy
we lost. Each year he grows a little older.
Last December you opened his knapsack
and stuck in a plastic box of carrots.
Even though we’re underwater, we hear
a song playing over a policeman’s radio.
He comes to the shoreline to park
and eat midnight sandwiches, his headlights
fanning out across the harbor.
And I hold you close, apple of my closed eye,
red dance of my opened fist.
Jeffrey McDaniel