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domingo, 21 de diciembre de 2014

Fotos y vídeo de la presentación de "Mortífero, ingenuo y transparente"

Os dejo con el regalazo que me han hecho Rebeca Álvarez Casal del Rey y Aurelio Treceno: un montaje con fotos de la presentación de "Mortífero, ingenuo y transparente", realizadas por él y acompañadas con una canción que me estremece y que han elegido porque "saben que me gusta tanto París", seguido del vídeo del evento, para los que no pudisteis disfrutar de él o queráis repetir:
 
 
 
 

lunes, 6 de octubre de 2014

¡Publicación de mi poemario!: "Mortífero, ingenuo y transparente"

 
 
 
Sí, ¡por fin! Ya lo tengo en mis manos: "Mortífero, ingenuo y transparente", mi primer poemario, publicado por Ediciones Vitruvio.
 
En dos o tres semanas estará disponible en las librerías (dejaré aquí los enlaces) y el viernes 12 de diciembre tendrá lugar la presentación en El Café Comercial de Madrid.
 
Como avance, os dejo el primer poema del libro, que también fue el primero que publiqué en este blog, y que da título al poemario con uno de sus versos:
 
 
NIÑOS EN UNA PLAYA
 
La mer aux spasmes de méduse
 (La mar, con sus espasmos de medusa)
 Saint-John Perse
 
 
La tierra se aburría, asexuada
por la esterilidad de los rastrillos verdes, de la pala y el cubo,
por la enfermedad del enanismo en unas manos
y una madre que las mantiene torpes con plástico y color.

Llegó la colonización de las medusas.
Contra ellas
navegan barcos rojos con las cruces,
desembarcan el cabezudo y el gigante.
Para un suficiente número de presas
no les bastan las redes, los cazamariposas,
necesitan
el volumen vacío del juguete.

Así el cubo, la pala y los rastrillos verdes
son hundidos
y emergen con veneno, la descarga, la baba,
la belleza.
Y los niños crecidos del invierno
aplauden
e imaginan la zambullida del marino
en el agua que hierve de urticaria
y a su vez desean sumergirse, buscar
al animal mortífero, ingenuo, transparente.

Y las madres verdosas lo prohíben.
Pero el mar son espasmos de medusa.
 
 

sábado, 1 de septiembre de 2012

Níspolas y serbas (Traición de un poema de D. H. Lawrence)






Te amo, podrida,
deliciosa podredumbre.

Amo succionarte de tus pieles
tan tostada y suave y untuosa
tan mórbida, como suelen decir los italianos.

Qué extraño, poderoso, nostálgico sabor
desprende tu caída en las etapas de la putrefacción:
una corriente dentro de una corriente.

Algo con gusto a moscatel de Siracusa
o un vulgar Marsala.

Aunque, pronto, incluso la palabra Marsala sonará preciosista
en el receloso Occidente.

¿Qué es?
¿Qué es, en la uva que se transforma en pasa,
en la níspola, en la serba,
pellejos de morbidez tostada,
excrementos de otoño;
qué es lo que recuerda a dioses blancos?

Dioses desnudos como pulpas de nuez emblanquecidas,
con la fragancia -extraña, medio siniestramente- de la carne,
como si poseyeran el sudor,
y empapadas de misterio.

Serbas, níspolas y coronas muertas.

Yo digo, gloriosas son las experiencias infernales,
órfico, delicado
Dioniso del Inframundo.

Un beso, y un espasmo de adiós, el orgasmo de ruptura de un momento,
y después el húmedo camino a solas, hasta la próxima curva.
Y ahí, un nuevo compañero, una nueva despedida, una nueva escisión,
un nuevo estertor de mayor aislamiento,
una nueva intoxicación de soledad, entre hojas secas, escarchadas.

Bajar los extraños caminos del infierno, cada vez más intensamente solo,
las fibras del corazón separándose una tras otra,
y, sin embargo, el alma que continúa, descalza, en su encarnación más real.

Como una llama cuyo soplo palidece
en una oscuridad cada vez más profunda,
nunca tan exquisita, destilada por la separación.

La esencia destilada del infierno
en los extraordinarios alambiques de níspolas y serbas.
El aroma exquisito de la despedida.
                              Jamque vale!
Orfeo, y los caminos del infierno, sinuosos, cubiertos de hojas, mudos.

Cada alma marchándose con su propio aislamiento,
la más extraña de todas las compañías extrañas,
y la mejor.

Níspolas, serbas
algo más que dulzura
flujos de otoño
succionados de vuestras vesículas vacías
y sorbidos, quizás, con un sorbo de Marsala
así la uva trepadora, caída del cielo, os añade su música,
órfico adiós, y adiós, y adiós
y el ego sum de Dioniso
el sono io de la embriaguez perfecta
intoxicación de soledad final.


 D. H. Lawrence (Medlars and Sorb-Apples, de Birds, Beasts and Flowers!)

domingo, 19 de agosto de 2012

Pavo real





Mamá ha metido espejos en el pavo.
Vomitaría, si estuviera vivo.
Muerto, calla y digiere. Fiel. Lascivo.
No, hija, si cae sangre, yo lo lavo.

El pájaro pasea su gran rabo.
Le gusta mirar lento como un divo.
Mientras cuelgo mi foto en el tiovivo
de reflejos fijados con un clavo

mordisquea la carne que me escuece
en la boca repleta de cereza
que al derramar el vino lo engrandece.

Su mano, entre la almohada y mi cabeza,
cuando duermo despacio se estremece.
No quiere que distinga la belleza.

domingo, 3 de junio de 2012

Hotel



Robaré los zapatos de todas las puertas del hotel esta noche.

La dirección nunca quiso saber nada, la dirección nunca se hizo responsable: quemaré bajo mi cama los zapatos de todas las puertas del hotel esta noche.

Hoy la madrina y su codiciosa gimnasia de la higiene conocerán el grito de los huéspedes:

El jíbaro monta el mecanismo en la muñeca de siete años de estatura con trenzas reprensibles desde el lomo. Disfrutaba del pubis lento de Janet Leigh, vistió su última falda y dejó de sentir el aire entre las piernas.

Aprieta con su mano el extremo de la bolsa de aceite con el pez de la tienda de mascotas.

El zapatero remata con tierra las costuras de mi hermano: oyó el temblor y me lanzó sus días.

Estoy quemando todos los zapatos en la habitación donde como de pie, busco el rastro de una bomba, construyo fuertes y le lavo el pelo a las muñecas.

La enfermera extiende la colcha amarilla bajo la que duermo con mi madre frente al payaso con el dedo en la boca y los ojos cerrados por un aspa.

La madre y su gimnasia de codiciosa higiene exhiben el glaucoma ante los médicos: el sudor del agua presionada como lo son las formas infantiles y congénitas.

La historia clínica y los síntomas deben ser sugerentes: qué tal diecinueve años de miopía seguidos de cincuenta y cuatro de ceguera tras una inmersión en la piscina y el miedo a las flores para los muertos.

El lector de periódicos, sólo periódicos -es sordo-, habita de noche sin salir del cuarto y se acuesta cuando el suelo se hace más frecuente.

Su boca rellena de versículo termina en el estómago expandible hasta dos veces el tamaño regular de un esqueleto: suficiente celulosa para tener razón y una cerveza.

El pájaro de agua le mastica la carne y vuela peligrosamente sobre el aceite de la sartén; planea entre burbujas de propano y grasa y pellizca con el pico las que se adhieren a la suela.

El lector fija los ojos en el ave y le devuelve el guiso con el puño: demasiada sal, demasiado calor o demasiado tarde.

Para jugar, en el pasillo basta una escalera.

Sólo caza mayor en este hotel.

lunes, 2 de abril de 2012

Maquillaje


We accept her. One of us.
"Freaks", de Tod Browning

El padre deja dicho que su hija le maquille.
Que le pinte la cara, dice. Darle vida.
Pero es otra la experta en los parecidos razonables.
Hacia atrás,
estira de la piel desde las sienes,
recubre las edades con brochazos de tierra,
explota este lunar, afrancesado
grano de belleza.
Un toque final:
sobre los ojos, el lapichero khol de los sarcófagos
y derechito al Valle de los Reyes.

Qué buen trabajo.
Parece que sonríe.

Ella, él, lleva la caja colgada de la nuca,
el maletín repleto de pinceles
que ha de abrirse allí donde se pida:
sobre la mesa, desenrolla la ley
de instrumentos estéticos, pigmentos
mataputas,
victoriana, quirúrgico
viajante a domicilio de cuchillos.
Se retransmiten películas de infancia,
serán magnánimas las guarniciones de la reina.
Y aquí no pasa nada,
o pasa en todas partes,
o podrían pasar cosas peores.

De vanidad, ella sola
se corta la cabeza.

Y el padre que baila, que pide
maquillaje, la gran nariz aséptica
del médicamente disculpable
doctor Peste.
Para obtener un resultado óptimo
se utilizan las crines de la cebra:
Déjame en paz.
Ayuda.

Y ya no saben
si son feria o son circo:
mujeres calvas de campos genocidas
exhibidas encima de carretas
(camisones y lazos, cabezas de alfiler)
o trabajadores de la pista
-mascarada completa, el magnetófono,
los gritos, los golpes, las caídas,
el maquillaje espeso, tú, payasa,
y el público muerto de la risa-.

 
De "Mortífero, ingenuo y transparente", Ed. Vitruvio, 2014

domingo, 18 de marzo de 2012

Desahucio (o piel)

Con orgullo, afirmo que mi piel me pertenece,
comienzo con su nombre.


Inconsciente -con toda esa grandeza-
la doy por supuesta, merecida,
igual que en un principio,
cuando jugué con ella y me sangró
infantil, deliciosa.
E infantil, deliciosa,
le construí una costra y la arranqué.
Adicta, circular.
La ensucié en este barro
para que mi madre se alegrara
un poco antes de la cena,
para lavarla juntas dando golpes
sobre el agua y en las profundidades
de la bañera rota,
de todos los fluidos.


Mi piel nació conmigo y conmigo se estira,
no sé si a la par o me persigue.
Prefiero aventurar que me aventaja, ella crece
y tengo que esforzarme
para estar a su altura.
Se cansará de todo antes que yo.


Pero y si es un error. Y si mi piel es de otros.
Sobre ella marcan
el corte de pedazos aprovechables,
desprendiéndolos cuando han ganado.
Y la sangre, privada de su casa,
cae,
legal y gravitatoriamente,
por contrato.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Álvaro Muñoz Robledano reseña las plaquettes "Hordas" (mía) y "Con los huesos al aire" (Margarita Mayordomo) en Ariadna RC.

Reseña de "Hordas":

http://www.ariadna-rc.com/numero54/critica07.htm



Reseña de "Con los huesos al aire":

http://www.ariadna-rc.com/numero54/critica06.htm


Poema de Margarita Mayordomo en "Con los huesos al aire":

Almohadas separadas

Necesitabas verme
necesitabas verme para nada

Amanezco
el pecho calcinado
y los ojos desiertos

Madrugada
Pido un poco de tiempo
Soy buena, nunca defraudo
un golpe de lujuria por la espalda
un trago de aguardiente seco
un pellizco masoquista
un pecado en movimiento
siempre

Tengo la piel reseca de esperar
de esperarte para nada
Tengo perdidas las fuerzas
tengo el alma con los huesos al aire

Y estoy cansada

-cansada de ser
el broche de las fiestas
el consuelo del borracho
el placer de la conquista
el territorio de la fantasía y el morbo

-cansada de esperar
un "lo siento" a la muerte de mi padre
un roce de unos dedos en la frente
un beso a la luz del día

-cansada de dormir en almohadas separadas
sola

sábado, 18 de febrero de 2012

Los niños de Frau Riefenstahl

 



(...) hasta las vacas fuimos
sin saberlas allí, lentas, rumiando
mediodía, doradas, casi enterradas.

Olvido García Valdés



Los niños de Frau Riefenstahl
recorren la Gran Vía
después de medianoche.


Forman un ejército
de fascistas hermosos,
una imagen
cinematográfica:
han salido a su madre.


Ya han llegado a Callao y desde allí
descienden
hacia Plaza de España,
hacia nosotros.


Únicamente conversábamos
cuando comenzamos a oír
la marabunta,
cada vez más cerca, más sonora.
Como si hubiera un cambio de rasante
antes que el cuerpo ascienden las cabezas
proporcionalmente grandes
y melódicas,
con la tuerca que sostiene la sonrisa
de los pequeños caballos del tiovivo
al que Leni les lleva los fines de semana
si son buenos.


Visten ropa infantil,
pero es visible
el futuro perfecto de sus cuerpos:
uniforme prusiano,
dentadura mariana,
los pómulos
del primer indoeuropeo,
el nadador macera
los músculos por Roma,
el bálano por Roma,
la saliva espera dentro de los labios,
controlada.
Sonríen
por estas intachables y prepúberes
poluciones nocturnas.


Marchan en perfectas filas y columnas
ocupando de un extremo a otro de la acera
ensanchada por la Ciencia Política
para que entren veinte niños de Riefenstahl
por línea:
delante, los arqueros,
les siguen los jinetes,
los rumiantes,
los tanques bíblicos,
en el centro
la gran mamá nocturna,
(la mamá que mastica,
la mamá-solitaria),
atrás,
las hienas
con la histeria estomacal de la ironía.


Lo primero que se oyen son las botas y las voces.
No sólo cantan,
no se animan con respuestas de entrenamientos militares
no lanzan proclamas al unísono;
cantan, se animan y proclaman
todo junto,
porque al rato son pájaros,
gritos de pájaros chocando contra rocas,
gritos de alerta,
de victoria
que avistan a la presa,
sonando desde ojos que miran siempre al frente
ojos sin mecanismo giratorio.


Y no nos atrevemos a movernos.


Estas aves
levantarán el vuelo
cuando corramos.


Jóvenes promesas
de la retórica,
gomorritas de la solución,
nos pulirán los genes,
nos vigilan:
se suben a la cama de su padre
si habla en sueños,
pegan su oreja de ternera a nuestros labios.


Querubines, proporcionales áureos,
desde su altura alada
ven niños africanos
con hígado inarmónico
y caen.


Y nosotros,
tan feos, rompefilas,
es necesario auparnos
para alcanzar la mesa de Mengele.
(¿Podríamos escapar?: Viene, olímpica, América,
con la capa y la antorcha
y la parte de atrás del autobús).


Ángeles,
adalides
del multiplicador de la eficiencia,
doctores del aparato digestivo,
aparecen en época de hambre.
A los enfermos
los llevan hasta el campo
para enterrar, como la vaca, medio cuerpo.
Ella conoce la montaña,
la mira cada día de cara a la pared.
Allí rebosa el arca
de agua mineral
y proteínas.


Han venido a salvarnos.
Hemos sido mujeres
asociales,
sin patria ni cultura,
mujeres que follan a horcajadas.
Somos aquel ladrón.
Hemos rezado
rodeados de vidrieras
en la licorería.
Probamos la mordida
del ácido en la placa de metal.


Nos procesan
por la mística después de medianoche
en los lavabos públicos.


Es inútil correr,
guarecerse en los bares
-buscar las bondades del serrín-
o en los aparcamientos
-el brazo subterráneo-
ya lo habíamos visto en las películas:
las aves se entierran en cristal
y abren el paso,
hay leones romanos
en el túnel.


Se produce una estampida controlada.
Moriremos bajo unas botas del 14.


Ellos se ocuparán de nuestro estómago,
el mismo que nos crece cada día,
el mismo que devoran cada noche.


Podemos ver la máquina
que enjabona y enjuaga
el pavimento.


Cuando amanezca,
la calle será blanca.




Hordas, 2011











domingo, 12 de febrero de 2012

Luz de laboratorio

Luz de laboratorio desde el feto
en su líquido amniótico. Sin tocar los cristales, cloroformo
y perversión cromada dentro de los tarros.
Agua. Una sentencia. La carne dentro de la boa.
Asomo la cabeza y a través de la lengua veo el jardín.

Sin auxilio, las crías, el hervor de los flujos
me digiere, estridencia de una córnea hacia el sol
hasta el descanso del cetáceo que hiberna y mis insectos.

El chillido de un topo, obligado arquitecto de su túnel,
con deliciosa cuerda me traspasa
y floto entre un jardín y otro jardín.

sábado, 4 de febrero de 2012

Grecia II

Una griega penetra en mi vestido.

-El autocar prosigue su trayecto-.

Una griega moderna, una apestada
por el embudo que fela nuestro guía.
Otra cosa sería
una mujer de mármol.

Yo me excuso
por la educación sentimental de los turistas.
Deberíamos hacer una parada; no es algo habitual
que una griega te explore.

El cicerone ordena:
Busquemos el destino en el folleto.
La griega se retuerce.
En serio, deberíamos parar.
Se quejan -repostamos-
de la alzada en el precio del petróleo.
Aspiro con fruición
la gasolina
-manifiesto de gases ondulados-
para que puedan llegarle hasta las bragas.

Dicen: - Allí se ve el Acrópolis.
(Vamos a quemar Grecia)
Dicen: - Seguiremos de noche aquella luz que guía a un restaurante.
(Calcinemos las maletas y los cuerpos,
machaquemos hasta el polvo cada diente, ni una madre
tendrá siquiera un hueso que enterrar).

Solo la griega y yo.

Y audaces, parcas
ruinas.

domingo, 29 de enero de 2012

Santa Úrsula en el supermercado



En el supermercado venden niñas.
No más de cinco años, por favor.

Lo ha visto Santa Úrsula en un sueño
y otra vez
ha corrido a comprarlas.
Y a callar.

Las madres han vestido a sus hijas
con la consistencia del yogur.

La madre alza a su hija
a la altura del atún escabechado
y consigue encajarla en un estante.

Los reponedores empujan y deslizan
una caja en un hueco
tras exhibirla a ritmo de paseo sobre un carro,
amontonada
como muertos civiles.

La megafonía reverbera:
hay un único Dios.

La legionela busca
en el sistema de aguas
un entorno de amebas.

Silba una trinidad
en los conductos congelados del aire
que se expande:
son las piernas humanas de las ratas,
esbeltas y nupciales,
el hábito pontífice
y es lo mismo que sucedía tradicionalmente en el mercado
con delantales verdes,
los restos genitales de la fruta
y el trato familiar.

Las abuelas relamen el principio del hilo.
Santa Úrsula se tumba boca arriba
y elige debajo de las faldas.

Las mamás aleccionan
y contagian
entusiasmo
y sus niñas se estiran
porque han visto rivales de tres años,
gatear a los bebés
detrás de los cilindros de galletas.

(La única ventana toca el techo;
una intenta escapar:
ve pies que chapotean
tras la cinta amarilla de los charcos).

Las cajeras murieron hace años.
Se arrancaron la vista con placer.
Ahora sonríen:
no hay lencería infantil ensangrentada.


Hordas, 2011

miércoles, 25 de enero de 2012

El espíritu de empresa de los ácaros (Karoshi)

"El trabajo te salvará la vida"
dicen el terapeuta, el padre y el amigo.
Un edificio enfermo será el héroe,
le estamos preparando un gran desfile.

La importancia económica del ácaro
es el gramo de piel perdido al día
por un humano adulto, amor de araña
que copula en el polvo y la moqueta.

Acolchonado interno, dermatófago,
el espíritu de equipo de los hombres
que levantan la empresa, el féretro o el Cristo:
ese rictus de silla giratoria.
Con su amianto presiona la vagina
la secretaria: así no nace nadie
y los fetos maduran, se convierten
en hombres, envejecen y mueren en el útero.
En los hoteles
ya no pueden abrirse las ventanas,
el aire respirado se recicla.
Libertad de vapores ergonómicos.

Antes hubo espíritus no estancos,
que dejaban impresa en las paredes
la humedad japonesa de la sangre:
la honorabilidad de la carótida
sesgada, los tres cortes del vientre.
Nunca morir de espaldas, nunca
sin atarse previamente las rodillas.

Son los emplastecidos por el blanco
industrial, ácaro del terciopelo
y de la sarna. Y qué hacer, si le dan
pistolines a un grupo de soldados
que no quiere morir. Correctamente.
Los ácaros son seres responsables.
Los soldados son seres responsables.
Viven, se reproducen y sonríen
como crecen las uñas de los muertos.

sábado, 21 de enero de 2012

Recital de poesía en Huertas 14


María Solís, Margarita Mayordomo, José Pérez Carranque y Álvaro Muñoz Robledano el miércoles 25 de enero, a las 21h, en Huertas 14,1º.

Organizado por Jesús Urceloy.

martes, 17 de enero de 2012

Amor de madre

El doble del dentista
me sonríe.

Dice que hay otra forma de cura.
Sin dolor.

Dice que tengo ganas de sentarme.

Me señala la silla.
Usará guantes muy suaves.
Apagará la luz.

En su habitación negra, un teatro negro,
se desplaza invisible como un checoslovaco.
Únicamente se le sospecha la belleza.

En la espesura
desaparecen la incisión,
el agua, el mecanismo,
la bandeja -su herida-,
las pruebas periciales
y la fuente, pequeña para escupir la sangre.

La familia sonríe en la sala de espera.

Sin dolor.

El paciente saliva entre algodones.
Sólo siente el roce del babero,
las manos que lo atan.

Cuando la sangre

Cuando la sangre de ella pueda convertirse
en mujeres y hombres
y su sabor le suba por dentro del cuerpo hasta la boca,
la masque y no huela el preparado de perfume
sino sus propios músculos y huesos,
entonces es la hora de cubrirle la cara
- la sangre podría rezumar desde los labios,
la nariz, las orejas, el cuero cabelludo
y el bacilo de la cabeza desollada de la virgen
mataría a los hombres de la escarcha,
aquellos de los cuerpos tremendamente puros
sin intestinos ni mierda circulante.

Cuando la sangre de ella pueda convertirse
es la hora del banquete más íntimo.

lunes, 16 de enero de 2012

Souvenir (o El placer de viajar)

Vivir habría querido cerca de una giganta.
Charles Baudelaire

I

El resultado es una librería de salón adornada con cuerpos
para cada familia.
Una evaluación de madurez.
Estuve allí
- o mis hijos viajaron-.

Ante la prohibición del zoológico humano
en los alrededores de París,
envuelvo con papel de burbujas al testigo.
En casa le desnudo.


II

En casa la desnudo.
La alumbro.
La he traído,
a ella porque sabe
(estaba lejos)
que ningún barco ha desaparecido.

No son navegables los océanos.

Conoce
dónde esperar a Dios
según el procedimiento de los monstruos.
Y ríe.
Lo más cerca posible de la Antártida.

Ella,
tras escupir al barro,
sexualizó la nieve
y levantó del hielo una genealogía.
Construyó una giganta.


III

Religiosamente
volveremos por más,
cada vez más distantes,
hasta caernos, planos, de la Tierra.

Ella, giganta,
dentro de mi vitrina,
mantiene la ventaja del papel de grabado,
de un solo de tiempo
y del espacio, sus aberraciones optimistas.

La contemplo el domingo,
cuando acaban los turnos y los dioses
descansan
y rompen su reflejo.